En el puerto Mataperros
no llegan barcos
solo corsarios,
las calles rezuman cerros,
latas vacias, charcos.
Se arremolinan ecos,
armonía que atrapa,
calles pintadas de piel
se funde oro e incienso
en esta fontana.
En el puerto, creo,
trastabillean adoquines,
se asombran a cada vela
que suele ser de atrezo,
mercaderes parlanchines.
Dicen, no se si es cierto,
que aquí los deseos se conceden,
y manda la ley ferrea que dice
aquí no se mata a hierro,
y sólo a hierro se muere.